Durante casi toda mi vida, la inmensa mayoría de mis amigos, conocidos y personas frecuentes han sido hombres. Esa simpatía me ha ayudado a nunca caer en los extremos intolerantes de algunas ramas del “feminismo” (así, entre comillas) y, de hecho, muchos de mis pensamientos van hacia ellos y las luchas que la sociedad hetero-sexista les impone.
Siempre he dicho que el sexismo nos afecta a todos: de maneras distintas y de formas más o menos evidentes o urgentes (un golpe es más urgente que un insulto, una violación más evidente que la discriminación, etc), pero a todos se nos carga con estándares, estereotipos y roles que cumplir sin tomar en cuenta que no todos queremos o podemos encajar en ellos.
En la práctica, esto se traduce en los siglos de discriminación y vilipendio hacia el "género débil" (así como a cualquier persona que no cumpla el dúo varón/heterosexual), pero no es sino hasta ahora, con todos los avances en materia de equidad de género que nos damos cuenta que –si bien pueden no ser tan evidentes o urgentes (en el sentido de bienestar físico)- también hay una carga y una imposición sobre muchos hombres.
Una de las principales formas en que el sexismo afecta a muchos hombres (sobre todo aquellos que no se sienten cómodos siguiendo el rol machista) es la idea de que su identidad masculina no es algo intrínseco a ellos, sino algo que tienen prestado.